ECONOMÍA

¿Qué es la economía de guerra?

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¿Qué es la economía de guerra?
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CaixaBank

25 Febrero, 2019


Hay términos que siempre vuelven. Economía de guerra es uno de ellos. A grandes rasgos, lo solemos aplicar cuando atravesamos una situación económica delicada por la cual necesitamos reducir nuestros gastos al máximo y sacar el máximo partido a lo que compramos.

Se trata de una expresión muy polivalente, que utilizamos para explicarle a un amigo por qué no volveremos a tomarnos unas cañas con él al menos en los próximos seis meses o incluso para referirnos a un cambio de hábitos en la compra de productos de belleza.

Sin embargo, la expresión economía de guerra tiene un origen mucho más literal. Se refiere a las medidas y actuaciones que adoptan los países cuando atraviesan una situación crítica, como es el caso de un conflicto bélico o sus consecuencias posteriores. En concreto, Philippe Le Billon la define como el conjunto de actividades económicas que se organizan para financiar una guerra, que pasan por la producción, movilización y distribución de los recursos. Estas actuaciones influyen, por ejemplo, en los impuestos, el comercio o el racionamiento de bienes. El objetivo consiste en manejar la economía de tal manera que se termine por ganar la contienda sin descuidar a la población.

No existe una única forma de economía de guerra, sino que cada país desarrolla la suya propia cuando encara un conflicto de estas características. Tampoco el término es una exclusiva de los países, sino que se puede aplicar también a grupos armados locales que controlan un territorio determinado. Por eso las estrategias de economía de guerra que se desarrollan son muy variadas.

Sin embargo, existen algunos rasgos que se repiten a menudo en las situaciones de economía de guerra. Con muchos de ellos estamos familiarizados, porque los hemos visto en películas bélicas que recrean conflictos muy distintos, como Lo que el viento se llevó o Las bicicletas son para el verano.

Síntomas de una economía de guerra

Algunas señales que nos permitirán reconocer que un país está aplicando medidas de economía de guerra tienen mucho que ver con la tendencia a la autarquía o el autoabastecimiento. Esto significa que el estado trata de abastecer a su población y a su ejército mediante recursos propios para reducir en lo posible la dependencia del exterior, sobre todo ante el riesgo de sufrir un bloqueo económico. Esta estrategia se combina a menudo con el racionamiento de alimentos y otros bienes para ajustar al máximo el consumo, junto con la puesta en marcha de medidas para el ahorro energético.

Un buen ejemplo de esto lo encontramos en la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial, cuyos suministros sufrieron las consecuencias de la guerra submarina planteada por Alemania. Esta situación de bloqueo trajo consigo un gran esfuerzo para producir la máxima cantidad posible de alimentos en suelo británico con los que abastecer a la población y las tropas. Las cartillas de racionamiento en la España de la posguerra también responden a este tipo de estrategias.

La producción industrial de un país en economía de guerra también suele adaptarse a las demandas de un conflicto bélico. Esto quiere decir que sus esfuerzos se orientan a producir exactamente lo que necesita para afrontarlo.

Este es el camino que siguió Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial: la producción de guerra transformó radicalmente su industria, hasta el punto de que fábricas de automóviles como Chrysler se dedicaron a fabricar fuselajes de avión. La movilización de dieciséis millones de personas hacia los distintos frentes de la guerra, en su mayoría hombres, hizo un hueco para que otros colectivos, como las mujeres, los latinos o los afroamericanos, encontraran trabajo en la industria norteamericana.

Ya en la Primera Guerra Mundial, Alemania había desarrollado al máximo y en un corto espacio de tiempo su capacidad industrial para producir los recursos materiales que necesitaba, cuando la economía se había transformado en un factor bélico de primer orden.

El control de la política monetaria para moderar la inflación, la creación de nuevos impuestos, la desviación a los sectores primario y secundario de partidas presupuestarias antes asignadas al sector terciario o el proteccionismo son otros de los rasgos que se pueden observar en las economías de guerra.

También lo es la financiación mediante bonos de guerra, que se venden a los propios ciudadanos a cambio de un interés para poder comprar y producir armamento. Este fue el caso de Austria-Hungría en la Primera Guerra Mundial o de Gran Bretaña en la Guerra de Crimea.

Después de contemplar estos ejemplos, no resulta difícil imaginar por qué utilizamos a menudo la expresión economía de guerra para referirnos a ciertas medidas que adoptan las familias en momentos delicados.

Por suerte, evitar estas situaciones puede resultar tan sencillo como tomar algunas precauciones para tener las finanzas familiares saneadas y evitar así entrar en la tan temida economía de guerra.

Cuando la economía es el arma

Los ajustes en la economía de un país son clave para su rendimiento durante un conflicto bélico, pero no solo en términos de resistencia. En ocasiones, también se realizan esfuerzos para pasar a la ofensiva contra sus enemigos.

Las batallas económicas que se libran durante una guerra pueden resultar decisivas para el desarrollo de las físicas. Un ejemplo de ello es la contienda del wolframio que libraron los aliados y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial en territorio español.

Este choque llevó incluso a una escalada artificial de los precios de este metal, que los alemanes utilizaban para endurecer su armamento y que adquirían a España. Cuando los aliados lo descubrieron, comenzaron a comprar wolframio de manera masiva para evitar que sus enemigos accedieran a él, lo que provocó que su precio se multiplicara por cuatro.

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