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Dataísmo: así es la nueva religión de los datos

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Dataísmo: así es la nueva religión de los datos
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04 Agosto, 2020


Tiene dogmas, profecías, mandamientos, fieles, pecados, algún mártir e incluso herejes. Como tantas otras religiones. Aunque, a diferencia de ellas, el dataísmo es un culto en el que participan muchas personas de manera inconsciente. Lo hacen cada vez que comparten una foto de sus vacaciones en una red social, dejan sus datos para una encuesta, se geolocalizan o envían un correo electrónico. Eso sí, que ignoren la existencia del dataísmo no quiere decir que no estén contribuyendo a su expansión. Al contrario. Lo hacen, y a toda velocidad.

¿Qué es el dataísmo? En realidad, es una alerta de lo que podría llegar a ocurrir en un mundo en el que la inteligencia artificial gana cada vez mayor autoridad, formulada por el historiador y filósofo Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus.

El autor asegura que una serie de gurús de la alta tecnología y profetas de Silicon Valley está creando una nueva narrativa universal para legitimar esa autoridad y dar más poder a los algoritmos y el big data. Un nuevo credo denominado dataísmo que, asegura, en su vertiente más distópica podría poner en jaque la propia existencia del Homo sapiens. Eso sí, Harari insiste en que sus libros no tratan de predecir el futuro: «Me limito a plasmar las distintas posibilidades que ofrece», advierte.

Dataísmo, un culto con todos sus ingredientes

Tal y como explica Harari, el dataísmo comenzó como una teoría científica neutral, pero está mutando hacia una nueva religión dispuesta a indicar qué está bien y qué está mal. En su forma más extrema, los dataístas perciben todo el universo como un flujo de datos, contemplan los organismos como poco más que algoritmos bioquímicos y creen que la vocación cósmica de la humanidad consiste en crear un sistema de procesamiento de información todopoderoso para acabar fundiéndose con él.

El dogma supremo de esta religión es el flujo de información, que debe ser alimentado constantemente. También tiene sus profecías –nos fundiremos con la tecnología– e incluso sus mandamientos: un dataísta debe maximizar el flujo de datos conectándose cada vez a más medios, además de producir y consumir cada vez más información. También debe conectarlo todo al sistema. Esto incluye a los herejes que no desean ser conectados, porque nada en el universo debe quedar fuera de la gran red. Por consiguiente, también tiene sus pecados: el mayor de ellos consiste en bloquear el flujo de datos.

Harari también señala al primer mártir de esta nueva religión. En 2013, Aaron Swartz, un hacker de 26 años, se suicidó en su apartamento. Lo hizo después de haber sido detenido y llevado a juicio por descargarse cientos de miles de estudios científicos que después pretendía liberar. Aaron Swartz era un fervoroso creyente de los principios del dataísmo. En 2008 había escrito el Guerrilla Open Access Manifesto, en el que demandaba un libre e ilimitado flujo de información.

¿Y cuál es el dios del dataísmo? Harari lo denomina el «Internet de todas las cosas», un sistema cósmico de procesamiento de datos del que los humanos formamos parte y que ha sido diseñado para que acabemos fundidos con él. Igual que el hinduismo considera que los humanos pueden y deben fundirse con el absoluto (Brahman), o el cristianismo dice que algún día se reunirán con Dios. Una vez completado ese proceso, según el dataísmo, el Homo sapiens desaparecerá.

Un Homo sapiens con fecha de caducidad

El dataísmo vendría a ser el sustituto del humanismo que nació en el siglo XVIII y que, a su vez, desplazó al teocentrismo. Esta vez, el humano sale del centro de las cosas y, en su lugar, se colocan los datos.

Según Harari, este nuevo culto considera al Homo sapiens como un algoritmo obsoleto. Cree que la única ventaja que tenemos respecto a otras especies es nuestra capacidad para absorber más información y procesarla de manera más eficiente. Si podemos crear un sistema de procesamiento de datos capaz de hacer todo esto mejor que nosotros, ese sistema nos superaría de la misma manera que nosotros superamos a otras especies.

Mientras el humanismo nos pedía que nos escucháramos a nosotros mismos para tomar decisiones, el dataísmo pide a sus fieles que escuchen a los algoritmos externos, mucho más eficientes que sus propias emociones a la hora de recolectar y procesar información. Y no solo eso. También les pide que los alimenten con todos los datos que puedan: secuenciar su ADN, conectarse a un wearable que transmita toda su información, grabar todas sus conversaciones y compartirlas… Así podrán conseguir un mejor conocimiento sobre sí mismos y, por tanto, alcanzar mejores decisiones.

Si no lo compartes, no tiene valor

El dataísmo considera nuestras experiencias como la herramienta más eficiente que tenemos para procesar información. De hecho, considera que las emociones son pequeños algoritmos biológicos que encapsulan la sabiduría de miles de generaciones anteriores. Una herramienta muy útil hasta ahora y que, por supuesto, los dataístas creen que será sustituida próximamente por algún superalgoritmo mucho más eficiente.

La cuestión es que, para los dataístas, las experiencias que viven los humanos no tienen valor en sí mismas si no se comparten. Según ellos, distribuirlas les permite formar parte del flujo de datos y, por tanto, de algo mucho mayor que ellos mismos, igual que las religiones tradicionales consideran que cada una de nuestras acciones forman parte de algún plan cósmico o divino.

Para encontrar el significado profundo de las experiencias, el dataísmo nos dice que solo tenemos que registrarlas, conectarlas y dejar que sean los algoritmos quienes lo descubran y nos digan qué debemos hacer. ¿A que suena familiar? El nuevo credo dataísta es: «Si experimentas algo, grábalo. Si grabas algo, súbelo. Si subes algo, compártelo». Es la manera que tenemos de demostrar al sistema que todavía tenemos valor: convertir nuestras experiencias en un flujo libre de información. Aunque sea a costa de nuestra privacidad y nuestra individualidad.

¿Y si los algoritmos no son tan infalibles?

El dataísmo presupone que los algoritmos podrán tomar mejores decisiones que nosotros porque evitarán nuestros sesgos y serán más eficientes. Pero como los humanos somos quienes creamos los algoritmos, estos también tienen sus sesgos. Incluso cuando los propios algoritmos se dediquen a desarrollar nuevas inteligencias artificiales y escapen a nuestro control, corren el riesgo de transmitir esos sesgos a su descendencia.

Este es uno de los problemas que subyacen en ciertos usos que ya hacemos de algoritmos predictivos. La inteligencia artificial se utiliza para decidir los términos de la libertad condicional para presos en Estados Unidos e incluso para predecir qué adolescentes de Bristol (Reino Unido) tienen más probabilidades de acabar delinquiendo. Por supuesto, todo tipo de movimientos sociales se afanan ya por evitar las posibles consecuencias distópicas de estas prácticas. Incluso la legislación y la ética avanzan cada día más para evitar ese futuro apocalíptico en el que acabaríamos disueltos en un torrente de datos.

Los críticos con el dataísmo, como señala Harari en su libro, consideran que ver la vida únicamente como un continuo procesamiento de datos y toma de decisiones es una manera limitada de contemplarla. También es peligrosa. Si se lleva al extremo, están en juego valores como la presunción de inocencia o incluso el propio funcionamiento de la democracia.

La inteligencia artificial y los datos pueden resultarnos tremendamente útiles si los utilizamos de manera correcta. Nos pueden ayudar a tomar mejores decisiones, sí, pero la palabra clave aquí es «ayudar». Al fin y al cabo, miles de años de evolución nos avalan como seres capaces de hacernos cargo de nuestro propio destino.

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